viernes, 12 de febrero de 2016

Del éxtasis de los espectros a la política del éxtasis


*Fragmento*

Pero esa concepción pura o Identidad pura [del espectro analítico] no consiste en ninguna verdadera unicidad, sino en una deflación del sentido que reproduce la inconsistencia de la vida en una versión paralela, a la manera de la “ontología doble” que decía Merleau-Ponty: el ser es el ser para el ser, la nada es la nada para la nada, pero no se interrelacionan. Es lo que aquí [en Anti-Éxtasis] hemos llamado "desontología” o “espectralidad hiperbólica”, pues ya no se puede decir que quede ahí alguna ontología en sentido dialéctico.

[…]

El espectro analítico debe entenderse como una radicalización del espectro natural o dialéctico. Éste ha dado un salto a una realidad post-ontológica, meramente replicante, que no recurrente, y meramente tautológica, que no retórica. En nuestro mundo espectralizado, en fin, es más la nada analítica que el ente dialéctico. Los que afirman que el ser es en vez de la nada han perdido su resguardo, como cuando echas mano a tu bolsillo para descubrir que ha desaparecido el tícket de guardarropa; y, como en un reverso de pesadilla, la espectralidad total vendría a confirmar lo que el pensamiento trágico ya se temía: que no hay nada allí donde parecía haber algo (ni en los bolsillos ni en el guardarropa, ahora vacío y clausurado).   

[…]


Cuando los filósofos posmodernos, siguiendo la estela de Kojève, hablaban del “final de la Historia”, se referían a esto: el éxtasis total, la identidad llana del sujeto con el objeto, la conquista de la Verdad homogénea y del Sistema homogéneo, o lo que es igual, la Identidad pura que en su espacio límbico equivale a nada. La nada hecha carne. El vacío hecho mundo. Esto, y no otra cosa, es lo que implica nuestra risueña concepción pura, la que vemos en los rostros sonrientes del Espectáculo, en la erotización de las economías virtuales y la sublimación de las condiciones post-reales de existencia. La introducción (enter) consentida, cabizbaja y sosegada en el reino del Gran Espectro, que, como ya había denunciado el maldito Debord, es a la vez producto, origen y finalidad de sí mismo (…). 

[...] 

Se perfila de este modo un mundo en el que no hay lugar para el silencio, un mundo de “homologación” total, como la que denunciaba Pasolini en los medios; un mundo-viscosidad que se injerta en las ranuras y huecos para conformar una Identidad homogénea de lo uno consigo mismo, sin Diferencia, sin relación ni delación dialéctica. Éste es un campo de abono idóneo para el fascismo y el falso orgullo identitario, para los nacionalismos y narcisismos, para el ser que “vive fuera del mundo” (en el ek-stase radical). La imagen de un mundo mensurable, donde una imagen es igual a una identidad, y donde las cosas son equivalentes a esta identidad, éste es un viejo “hechizo” o argucia a lo trompe l’oeil del intelecto, que se reanima en la espectralidad.  

Fragmento de Anti-Éxtasis; X, "Autorreinvención y posdata"

jueves, 11 de febrero de 2016

Espectro dialéctico / Espectro analítico


*Residuo*

 El espectro dialéctico es aquel (aquello, that thing) que mira al que mira. Derrida lo llama el “efecto visera”; Lacan la “mirada salvaje del mundo”: la capacidad, característica del espectro, de mirar-nos sin ser visto. Y en efecto, lo que miramos es a él, al espectro, aunque éste sea precisamente aquello que no puede ser visto en su totalidad. Hay siempre esta ambigüedad difícil de entender en el espectro, que es la que corresponde a la dualidad espectro/espíritu, ser/apariencia... Y es una ambigüedad fehaciente, porque no se trata en ella de una simple contradicción de términos: lo uno y lo otro, el ser y el no-ser, el yo y el Ello, son simultáneos en la doble acción del mirar/ver. De ahí que casi siempre miremos sin ver, y que a menudo veamos sin mirar. El espectro es siempre; ubicado aquí y allí, su naturaleza bipartita (en todas partes y en ninguna) nos priva de aprehenderlo en su totalidad. El suyo es el espacio de la  ambivalencia, en ese espacio indefinible, meridiano, no entresacable de los bordes de la Identidad y la Diferencia, sino perpetuamente sometido a ellas.


Por el contrario, este espectro dialéctico pareciera que cede paso a una forma nueva de conciencia espectral. Se trata del espectro analítico, aquí, en nuestro tiempo particular, debido a que el nuestro es el tiempo panocular: el tiempo que ha subvertido la perspectiva por el plano; la línea por la red; la particularidad por la globalidad; la profundidad de campo por la planicie panosférica; el movimiento geométrico por la inmovilidad en el éxtasis… El suyo es el espacio de la singularidad. Y ya no mira al que lo mira. Este espectro singular (igual a sí mismo, reflectante, indiferente) se radicaliza en una potencia prístina, analítica, sosegada, que no vive sino atada al inmediato ahora. Es el ser sin lugar, sin historia, sin tiempo ni memoria, en el éxtasis permanente del presente. Pues “ya no estamos en el drama de la alienación, sino en el éxtasis de la comunicación” (Baudrillard). A lo que se podría matizar: ya no estamos en el drama de la dialéctica, sino en el éxtasis del puro soliloquio.     

Fragmento adaptado del discurso de presentación de la obra de teatro El teclado (Excodra Editorial, 2015), de Jordi Corominas, el 20/6/2015.

lunes, 8 de febrero de 2016

The time of poets...





*Desvío*

Vilém Flusser ya señalaba a mediados de los ochenta la preeminencia del acto de grabar sobre el acto de experimentar. Y Jean-Louis Comolli dice que todas esas imágenes no se hacen para ser miradas. ("Si todos graban, ¿quién mirará las imágenes?", algo así viene a decir. El mundo se convierte así en una gigantesca cámara-filmante-ciega, valga la paradoja.) [...] Lo importante aquí es el medio, el sistema operativo situado "en" y "entre" la representación y lo representado. El “tiempo de la imagen del mundo” definitivamente ha acabado, y me acuerdo de aquella pieza de Gil J. Wolman: 

The time of poets is finished
Today I'm sleeping

Así que en realidad ya no queda nada de esa noción "incestuosa" de la desnaturalidad tecnológica. El fusionamiento maquínico de Cronenberg era el resultado de un "choque", de un proceso de asimilación en el que los viejos paradigmas cedían con tortuosa complacencia a las erotizaciones de lo tecnológico. Hoy por hoy, sin embargo, ya no hay atisbo de "forzamiento", ni de violencia; el maridaje es total y perfecto, los natos digitales (nacidos en la era digital) ya no perciben esa tensión dramática que se encontraba en el fetichismo maquínico. The time of poets... La experiencia de la no-experiencia, decía. La inter-periencia [sic. Anti-Éxtasis, cap. IX]. El acontecimiento por fin liberado necesariamente de la representación y el concepto. El acontecimiento puro, el no-acontecimiento, aquel que no acontece en la representación, sino en la mismidad de su propia identidad indivisa.   

[...]

Puede encontrarse allí un perfecto maridaje entre realidades puras, esto es: desprovistas de referente dialéctico. Y el espectro unidimensional de la mirada-producto, la mirada que con Comolli no cumple ni tan siquiera la función de representar, de guardar o de registrar, sino del solo mirar, nos coloca de sopetón en un absoluto irrepresentado/irrepresentable. 

Fragmento de "Miradas, dispositivos y conciertos. Lo que pensé con Gwyn Ashton", publicado en el blog de Saturnalia:
http://saturnalia-cultura.blogspot.com.es/2015/11/miradas-dispositivos-y-conciertos-lo.html

Imagen: Fotograma de El Anticoncepto, de Gil J. Wolman (1951). El Anticoncepto es una película sin imagen. Fue presentada el 11 de febrero de 1952 en el cine Avant-Garde 52 de París, donde fue proyectada sobre un globo meteorológico blanco. El fragmento citado pertenece al texto teórico-poético que acompañaba a la obra, del que aquí reproducimos un extracto:

 AND A NEW ART BEGINS.
I love you I no longer love you he loves another woman.
Beneath the mask she must be pretty she must be ugly.
THEOREM.
There is no negation that does not affirm itself elsewhere.
Negation is the transitional term to a new period.
Negation of the intrinsic, immutable, a priori concept, projects this concept outside of matter, reveals it a posteriori to an extrinsic reaction, becomes mutable by as many reactions.
THE TIME OF POETS IS FINISHED.
TODAY I'M SLEEPING.

sábado, 6 de febrero de 2016

Film (cont.)









Film



*Fragmento*
Lacan, en uno de sus mejores seminarios, ponía el ejemplo de los sueños para referirse a un tipo de mirada ubicua, una mirada que ya no está situada en ningún ojo, sino en el mundo --lo que él llama “la mirada salvaje del mundo”, y que toma explícitamente de las teorías de Merleau-Ponty en Lo visible y lo invisible (1964): “sólo veo desde un punto, pero en mi existencia soy mirado desde todas partes”; y también Heidegger: “Es más bien el hombre el que es contemplado por lo ente”--. En esa mirada salvaje del mundo, como en el sueño, se desarticulan los andamios de la identidad, el sujeto, el ojo que mira, etc, conformando esa otreidad de la que el personaje de Film (Samuel Beckett, 1965), interpretado por Buster Keaton, trata de huir a toda costa. Esa huida hacia delante desesperada, patente en el movimiento incesante del cogito, es lo que constituye y construye el andamiaje de la mirada focal, la mirada consciente convencional, lo que conforma la arquitectura racional del mundo, como evasión y como negación radical de esa otreidad intolerable. –Y en la película de Beckett, es justo al quedarse dormido, es decir cuando las barreras de la conciencia han caído, cuando el Otro/Yo alcanza por fin a Buster Keaton.


Es al afrontar esa mirada que no habla del mundo cuando el personaje beckettiano afronta la inconmensurable nada que el mundo le devuelve, como viniendo a confirmar el viejo axioma trágico de Pascal: “El universo entero está mudo.” Este Otro-que-mira beckettiano está situado en un punto escandalizante, entre la rasgadura abominable del ojo en Un chien andalou (1929) y la fascinación de la mirada hitchcockiana. Por ello, la pareja de burgueses al inicio de Film contempla con pavor supremo el encuentro frontal con la mirada del mundo, la mirada del Otro: un instante después de romperse (de rasgarse como el ojo de Buñuel) y un instante antes de sublimarse (de petrificarse como el ojo-crónico de Hitchcock). La rasgadura es el origen que da lugar a la Diferencia; el sublimarse es el oblivio mori (el olvido de la muerte) que da lugar a la Identidad y el proceso intelectivo; y ambos “momentos” acontecen en una circularidad instantánea. Por último, en ese espacio que hay entre la rasgadura y la sublimación hallamos un impasse, una tierra de nadie de la conciencia y el objeto, que es donde va a morir el sujeto autorreferente.

Fragmento de Anti-Éxtasis; VII, "La mirada salvaje del mundo"

lunes, 1 de febrero de 2016

Under the skin



*Residuo*

Y, si aún nos fuera posible estar en el mundo a la manera de los entes (es decir, sin la mediación del aparato ergonómico-virtual, sin el dispositivo lógico-conceptual, etc), éste sería en realidad un hecho trágico porque no revelaría una supuesta participación armoniosa con el mundo, sino más bien una soledad primigenia, una indigencia cósmica, la incapacidad para conectar con la multiplicidad y con un orden externo. Tal es el caso de la protagonista de Under the skin (Jonathan Glazer; 2013), basada en la novela homónima de Michel Faber: lo interesante de este personaje es que se trata de un ser sin aparato conceptual, sin las coordenadas y estructuras virtuales que componen la realidad humana, y, de este modo, se ve abocada a una relación de extrañeza con el mundo de los humanos; significativamente, sólo llega a integrarse formalmente con ese mundo de los humanos en una de las escenas iniciales, la que transcurre en un centro comercial, donde, allí sí, la cosificación y el automatismo del consumismo parecen actuar como una red de sintaxis entre lo humano y lo alienígena, entre el Yo y el no-Yo, el sujeto y el objeto, etc. 

La hermosa “epidermis” de Scarlett Johansson no impide que sea un elemento por completo extraño en su relación íntima con el mundo; un alienígena del mundo (literalmente), en un entorno sombrío, absurdo y hostil, en el que la palabra misma ha sido relegada a un lugar en el silencio, o que a lo sumo sólo sirve para hablar de “naderías”. (Cada ocasión que la protagonista alienígena interactúa con los pobladores del mundo asistimos a verdaderas obras maestras del diálogo intrascendente, pero que, por ello mismo, se revelan cargados de una profunda significación humana; por el contrario, el medio de comunicación de los alienígenas es la telepatía, en un recurso  por otra parte típico en el cine de extraterrestres. Pero resulta un poco obtuso leer Under the skin como una película sobre extraterrestres. ¿Es la telepatía el lenguaje de los extraterrestres, o no será más bien que esos extraterrestres telepáticos de las películas encarnan de algún modo la secreta certeza --y el terror-- de un silencio cósmico, de un mundo "que no habla"?)   

Ese “hablar de naderías”, como el de Vladimir y Estragón en Esperando a Godot, es el que de continuo se refiere a o encubre a un orden externo y su falta; o lo que es igual: a una causa original o una razón suficiente de lo que existe, cuya ausencia irremediable convierte en desastrosa toda posibilidad de especulación sobre la existencia. (La existencia es un desastre que no se previene, sólo sobreviene, diríamos invocando a Blanchot.) Y bien: toda vez que carecemos de referencias o justificaciones necesarias para la determinación de ese orden externo, de ese Marco General de la existencia, concluimos que lo existente es igual a (o tan azaroso como) lo no existente; lo constituido es igual a lo no constituido, lo ordenado es igual a lo no ordenado, y la regla es igual a la excepción. La dialéctica no llega a una síntesis en el anti-éxtasis trágico, sino a una verificación de la nada en el ente (verificación de la irrazón de ser del ente).

Godot y la palabra: el orden ausente, la promesa de sentido que nunca llega, etc.