«Érase
una vez una época tan pagada de sí misma que, al menos según los más preclaros
de sus hijos y en virtud de los ingenios que sus mentes concibieran, creía
estar a punto de llegar a la reconciliación plena entre razón y sensibilidad,
Estado y nación, tiempo histórico y ecumene geográfica, y en fin: entre
libertad y naturaleza, por medio de la técnica y de su florón más interesante,
por desinteresado: las bellas artes. Evidentemente, éste es el cuento que las
personas ilustradas no se cansan de contarse unos a otros desde hace más de
doscientos años (y que algunos, recalcitrantes, gustan todavía de repetir hoy,
como si de un conjuro se tratase). Tal el ideal cosmopolita de la Ilustración,
bajo cuya bella pantalla anunciadora de las nupcias entre términos antitéticos
se escondía el perentorio deseo de sujeción plena del segundo término por el
primero, o sea: de la idealidad de lo pensado y, de suyo, inteligible sobre la
realidad de lo dado y, por ende, refractario a una mente que no admite más
actividad que la suya ni más obediencia que la debida a una ley que ella misma
se ha impuesto.
»Todo
ello ha sido propagado urbi et orbi
como el poder emancipatorio del hombre
por parte del hombre mismo, desde el momento en que a cada uomo qualsiasi se le exigía que él debería identificarse con el ego trascendental, en cuanto unidad
lógica de medida, el cual debería a su
vez coincidir en el acto con el ego noumenon, en cuanto ser libre y
autónomo. Es verdad que, en sus hijos más avisados: Schelling y Hegel,
encontramos ya síntomas de que todo eso bien podría ser el velo que, más que
ocultar lo terrible, lo dejaba traslucir al plegarse a ello; y es que, a decir
verdad, no hay cuento que no revele a la
contra un trasfondo sangriento.
[…]
»En
Hegel, […] el tiempo (que no es sino la existencia o Dasein del concepto, su propio estar-fuera-de-sí) ha quedado
cancelado (tilgt) en la Lógica (¡y sólo en ella!). Lógicamente
(o hablando coloquialmente: en la mente del Dios, antes de la creación del
mundo y del espíritu finito), todo está juzgado, todo ha pasado ya. La Lógica expone el entero pasado del
mundo. En ella, el tiempo disipador, extático, se ha tornado, ha reflexionado
hasta ser devenir hacia Sí (Werden zu sich). Pero, justamente por
ello –paradoja de las paradojas- es preciso que todo cambie, se mude y se
metamorfosee para apreciar esa perenne conexión-de-significatividad: porque
ella, das Logische, no es sino la
bien medida y pautada ley, el ensamblaje del nacimiento, del cambio y de la
muerte.
»[…]
Es el proceso de las cosas fácticas lo que constituye el tiempo: el estar
siempre fuera de sí, siempre referido a otro. En una palabra, ninguna realidad
inmediata es autorreferente, sino que
tiene su ser en una determinación. No es, pues, presente a sí. Y por eso salta,
presurosa, fuera de sí misma y se imagina una autorreferencia absoluta, eterna:
das Jetzt ohne Vor und Nach (“el
Ahora, sin Antes ni Después”: Enz. §
247, Z.).
»Según
la creencia y, sobre todo, la querencia de Hegel, el mundo sería
entonces algo así como una pantalla
sin trasfondo ni afuera, porque, permaneciendo matemáticamente ensimismado, el
Concepto brilla en el fulgor y también en la palidez y hasta difuminado de las
figuras que en aquella pantalla se traban y armonizan en una especie de
brillante Danza de la Muerte.
»Por
eso, al cabo de la calle lógica (anunciada lapidariamente al final de la Fenomenología del espíritu), todo está
ya manifiesto; todo, revelado: Offenbarung
der Tiefe (Phä. 9: 433). Consummatum est. No hay aquí esperanza,
ni desesperación, que también los ojos que miran a la pantalla están inscritos
en la Ley. Cosa en sí y Sujeto no son sino el reverso y el anverso de la única interfaz. Para Hegel, al igual que nos
advirtiera ya el Estagirita, los hombres corrientes (no el Filósofo) no
percibimos al pronto lo que es katà
phýsin y tomamos en cambio por “real” lo dado, es decir aquello que nos
está más cercano: creemos que lo efectivamente real está constituido por las
figuras que brillan en la pantalla, sin preguntarnos para quién brillan y por qué
lo hacen: nos fijamos en lo presente y pasamos por alto el hacer acto de presencia.
[...]
»Para nosotros, los hombres
corrientes, lo que nos dice Hegel supone algo así como un mundo al revés. Pues
lo que los entes, lo que los fenómenos o apariciones (en el fondo, “fantasmas”
de una realidad muerta) ofrecen con su belleza inerme y carente de fuerza es
justamente aquello que suscita en el alma (igualmente, bella) deleite y placer;
ese brillo superficial di – vierte la mente y enerva el ánimo, seduciendo la
vista e impidiendo la mirada estriada, porque esa romántica alma es incapaz de
soportar su íntima negatividad y por nada del mundo quiere saberse como
aquello que, en el fondo, ella es: una conciencia rota, caduca y finita. Por
eso, intenta guardar y resguardar su inmediata realidad fáctica en
una Real Inmediatez omnipresente y, por ende, siempre presente también a sí
misma: la Verdad como Autotransparencia absoluta. Sólo que, allí donde todo es
transparente, nada se ve.»
Félix Duque; en "¿Es ideal la realidad virtual? Hegel y los espectros"