jueves, 3 de noviembre de 2016

El Teatro de los Accidentes



*Desvío*

Si pensamos el concepto de “accidente” tal como es planteado por Paul Virilio --es decir, como reverso negativo del Acontecimiento original--, podría fundarse una escuela teatral (pues ¿qué es la sociedad del Espectáculo y la Información sino el puro "teatro de los accidentes"?). Así, se podría hacer una escenificación, a modo de cartoon escatológico, de las pequeñas tragedias del pensamiento (o de los pensadores) en su contacto con el accidente. Podría comenzarse por Burroughs matando de un disparo a su mujer, Joan, mientras jugaban a Guillermo Tell. Proseguiríamos con Barthes, atropellado por una furgoneta cuando cruzaba la calle; Camus estrellándose; Althusser cometiendo otro crimen insensato en un ataque de locura, estrangulando a su esposa Hélène; Debord volándose los sesos, Deleuze saltando por la ventana… Un muestrario de sketches tragicómicos que banalizan y descontextualizan, sin duda, la verdadera tragedia de fondo "personal" que constituye la derrota del pensamiento.

El accidente "hecho carne", hecho masa morbosa y polimórfica, indiscernible ya de sus anclajes trascendentes; el Acontecimiento hecho accidente, el acmé de la ontología clásica por supuesto diseminado en la corriente tumultuosa de las imágenes-movimiento, de las imágenes-mercancía y la doxa pecuniaria del saber... 

En este Gran Teatro de los accidentes no descubrimos nada nuevo; ya lo vimos en El show de Truman, en El tiempo fuera de quicio de Philip K. Dick, o en aquella película de Harun Farocki, Leben, donde los ciudadanos de la RDA eran obligados a "representar" sus vidas cotidianas bajo la batuta de siniestros directores de escena. Ahora bien, sí es posible identificar en este nuevo teatro de los accidentes una cualidad cada vez más servil y complaciente, la cualidad de asumir los roles post-escénicos sin ningún apremio de los "directores de escena" (o mejor dicho, ante la falta total de directores de escena). Como ha dicho Žižek, hay un Acontecimiento que espera siempre ser revelado; y la espera (la contemplación obsesiva en el Espectáculo y la imaginería, en el éxtasis) constituye la clausura de su propia escena.

jueves, 2 de junio de 2016

The War Game - El apocalipsis televisado y el final de la tragedia




*Desvío*

Artículo publicado en el nº XXIX de la revista Excodra (Marzo, 2016), dedicado a "la guerra".

Dentro del pasado ciclo de la Filmoteca de Catalunya, celebrado en noviembre de 2015, “Pensar el fin: cine apocalíptico y filosofía”, se proyectó el film de Peter Watkins, The war game (“El juego de la guerra”, 1965). Concebida como un “falso documental” para su emisión en la BBC, The war game narraba las vicisitudes de un hipotético ataque nuclear sobre Inglaterra, y debido a la crudeza de sus imágenes fue en un principio censurada y prohibida al público, a pesar de lo cual obtuvo un Premio de la Academia al Mejor Documental en 1966 y pudo relanzarse para su proyección. Cabe apuntar que la película se realiza en plena época de tensión nuclear, con la experiencia de la crisis de los misiles de Cuba todavía muy reciente, y la consecuente paranoia general en torno a la amenaza de un cataclismo en el seno de las principales potencias mundiales. Con una meritoria recreación de los daños, los heridos y damnificados entre la población civil de la ciudad histórica de Rochester, en el condado de Kent, la cinta de Watkins tenía la virtud de traer a primer plano los horrores inenarrables de la guerra, esos mismos horrores a los que hoy penosamente nos hemos acostumbrado; pero no nos hemos acostumbrado tanto al horror como tal, sino al horror en imágenes --no tanto la guerra como tal, sino la guerra como concierto de imágenes mediáticas: ése será el único patrón de veracidad en lo sucesivo, desde la aparición de los mass media y la tele-realidad, y en adelante en estas líneas. 

Pocos años después, el cineasta checo-alemán Harun Farocki iba a retomar los entresijos de la guerra para su película crítica sobre la industria del napalm y Vietnam, en Fuego inextinguible (1969), pero también en videoinstalaciones posteriores como Eye/Machine (2000-2002) y Serious Games (2010). Fuego inextinguible, aunque no fue reconocida con ningún Oscar de la academia, iba mucho más allá en la crítica del discurso televisivo y el lenguaje documental de su época. Un discurso y un lenguaje que todavía hoy se nos presenta en toda su problemática cotidiana, en la recepción de imágenes que informan el desastre cotidiano como una mercancía susceptible de ser consumida, digerida o fagocitada en su totalidad por los televidentes. Suerte de enajenación escópica que vertería los residuos de una realidad y de un desastre irrepresentables en los mecanismos de la tele-iconicidad y el culto de la imagen. 

En 1996, Jill Godmilow se atrevió con un extraño remake (“copiado” plano por plano) de la obra de Farocki, titulado What Farocki taught, y es interesante escuchar las reflexiones de la cineasta norteamericana hacia el final de la película: “We don't have a word for this kind of video” (“No tenemos una palabra para este tipo de vídeo”). En esta observación se evidencia para mí una cuestión de importancia capital, aunque no siempre puesta de manifiesto en el ámbito del análisis mediático, y es que: es igualmente importante (o más) aquello que no se muestra en la imagen; que el quid del asunto se encuentra en otra parte; que no estamos tratando solamente con imágenes… Así, lo que la película de Farocki y el remake de Godmilow escondían es aquello mismo que The war game pretendía mostrar con todo su dramatismo: el delirio de la guerra, el dolor, el sufrimiento sin límites…


Ahora bien: ¿cómo casa esta vindicación de lo que no vemos de Farocki y Godmilow con nuestra moderna condición de espectadores bulímicos? ¿No es precisamente una suerte de pan-mostración, descarnada e indiscriminada, lo que en las últimas décadas parece haberse convertido en moneda corriente en nuestro mundo hiper-mediático? ¿No son precisamente las imágenes que muestran-y-dicen-todo, como la tristemente célebre fotografía del niño muerto real yaciendo en una playa, las que tienen el poder de movilizarnos y “concienciarnos” de los dramas del mundo? Es posible que sí, pero esto pasa por un elevado precio a pagar, que es el precio de la muerte de la representación (no en un sentido limitativo de “representación pictórica”, sino en el más amplio de Vorstellung).[1]

En su lugar, tenemos una suerte de presentación omnisciente, o totalidad omnicomprensiva, suerte de crisol aléphico en donde se mostraría la realidad del mundo en su totalidad de efectos inmediatos, pero no hay allí ninguna lógica de la presencia como tal; no hay allí ninguna dialéctica de la diferencia, del cuerpo o de la perspectiva geométrica. Todo es un experienciar adulterado por la autogénesis de lo virtual y la auto-referencia tautológica. Una inter-periencia que no se fecunda en ninguna relación o delación con lo representado, que ya ni siquiera subsiste gracias a una referencia con lo representado, sino en tanto a su propia mismidad indiferenciada (su "desemejanza interiorizada", en expresión de Deleuze).

Desemejanza, pues, que no se limita a tomar por referente un motivo trascendental (el mundo, la Historia, lo real...), sino a producir y verificar su propia inhibición autorrecursiva, en la metaficción pura de un discurso sistémico que sólo habla de sí mismo.

Pues lo que allí verdaderamente ocurre, en las imágenes de la realidad mediática total e inmediata, es la producción de una serie de miradas (miradas-producto) que se concitan al unísono en lo decible y lo visible, y que no darían crédito siquiera a lo escondido y lo irrepresentado (lo que no se dice en los medios informativos), puestodo allí es dicho y presentado.

La presentación de aquellas imágenes o mensajes irrepresentables, pues, como la del niño Aylan muerto en la playa, es la manera que el propio sistema panosférico-aléphico global tiene de descongestionarse, de producir una falla por la que todo el sistema de signos reconocibles accede a su verdadera desmesura, su verdadera irracionalidad y su anti-idea. Se destituye así la noción de un espacio crítico capaz de tomar conciencia de lo que hay allí todavía no representadono dicho (a saber: las verdaderas causas de la catástrofe), y ya nadie podrá buscar, cuando todos seamos satisfechos observadores de esa pan-realidad “totalosférica”, los elementos que faltan, ni las claves silenciosas, ni los mecanismos ocultos. Es precisamente nuestra conciencia soberana, la que se deriva de la concepción escéptica y realista del mundo (“el mundo es así o asá, pero es tal como yo lo veo”), la que nos descontextualiza de nuestra auténtica dimensión crítica, en la burda anulación del fenómeno en favor de la (supuesta) realidad

“No tenemos una palabra para este tipo de vídeo”, dice Godmilow de la obra de Farocki, en la secreta sospecha de que eso es precisamente lo que ocurre con la realidad: que no tenemos una palabra para ella (o la tenemos, pero siempre es una palabra hueca). Y asimismo, cuando sometemos lo fáctico y lo fenoménico a la espectralidad radical de la hiper-mirada; lo que es esencialmente incomprensible y monstruoso a la inteligibilidad de una simple mirada descriptora del mundo.


En la película de Watkins, en definitiva, se echaba a faltar cierta mirada crítica sobre el propio aparato filmante, sobre el propio lenguaje operativo y por extensión sobre la realidad así contada. Las investigaciones de Farocki en torno a las “imágenes operativas” y las phantom shots de los misiles-cámara en la Guerra del Golfo, o sus acercamientos al sistema lúdico ideado para el entrenamiento de las tropas norteamericanas en Serious games –en el que la conducción de un tanque o de un vehículo armado puede ser concebida como la acción de un (video)juego--, sin olvidar las alusiones en torno al símbolo en Fuego inextinguible (“Un cigarrillo arde a 200 grados, el napalm arde a 1.700 grados”), o al propio sistema lúdico en piezas como Palabras y juegos (1998) y Juego profundo (2007), acometen el cuestionamiento del lenguaje tele-mediático por el camino inverso al de las representaciones realistas: en ellos no se intenta una recreación teatral, ni una puesta en escena de nada, sino que es esa misma supuesta representación del lenguaje telemático la que es suplantada por una suerte de denegación de lo representable mismo.

La tragedia, el drama infernal de la guerra de Siria y los mal llamados refugiados son percibidos, ahora sí, y de una vez por todas, como la presentación ilusoria de algo que ya no ocurre tras las barreras de lo simbólico y lo imaginable, sino que es ella misma, tras la desintegración irreductible de esas fuerzas que componían la jerarquía de la escena y lo real, la que se ha trasplantado al espacio privado del espectador: el sujeto es en sí mismo su propio creador de espectáculo, y como tal un eficiente productor de anti-producción. Es ella misma (la guerra) un ente baladí y post-real, una realidad sin real, pura hegemonía de lo virtual en la que el mero acontecimiento ya no es susceptible de ser aprehendido fuera de lo lúdico --como en el caso de los militares de Serious games, concentrados en sus pantallas de realidad virtual, que sólo muy lejanamente y de forma accidental, ciertamente de forma post-real, pueden identificarse con el origen de la tragedia material.


La tragedia es así trascendida y superada, en tanto que ya no hay un real mismo al que ahora representar. Muerta la representación, muerto lo real, muerta la tragedia. Y eso, a su vez, constituye la mayor y más desastrosa de las tragedias: no tanto la desaparición de los signos, pero sí la modificación de nuestra manera de relacionarnos con los signos. El desastre, presentado en ausencia de su dialéctica, presentado en el relato unívoco de un story-telling de magnitudes globales, no puede sino desprenderse de su propia carga, del peso que todavía lo sujetaba a su referente ontológico, a su suelo trágico, para acceder a una orbitalidad de gestos vacíos y poses. Gestos sin representación, poses sin cuerpo ni sustancia. Pura cadencia de una nueva música del final de los tiempos, para la que no parecen haber suficientes apocalipsis.      





[1] Según la traducción mas aceptada, el Vorstellung, tal como lo entiende Hegel en la Fenomenología del espíritu, se correspondería con “pensamiento mediante imágenes”; pero también como Das vorstellende Denken (“el pensar representador”, o “pensamiento como representación”). 

viernes, 4 de marzo de 2016

De "Vertigo" a "El fantasma de la libertad"



*Fragmento*

(...) hay una doble naturaleza en Judy/Madeleine, que es la doble naturaleza del espectro (ser uno y ser otro), y cuando Scottie mira a Judy pero ve a Madeleine se trata de una manifestación típica del espectro. Pero se puede llevar un paso más allá este pensamiento, y la clave para ello está, una vez más, en esa especie de binomio escatológico de Hitchcock que fue Buñuel.

En la citada Cet obscur objet du désir, Mathieu (de nuevo Fernando Rey en el papel del eterno frustrado) ha dejado de ver el principio dialéctico del signo; de hecho, es un falso principio dialéctico, las dos actrices que interpretan a Conchita, ya definitivamente sin relación: Carole Bouquet y Ángela Molina se suceden invariablemente, alternándose a tenor de una indescifrable lógica interna (un anti-Principio de Identidad), pero ninguna parece necesariamente conducir a o ser un reflejo de la otra. Por más que aún mantengan ciertos signos reconocibles y compartidos (la misma madre, la misma ropa, el mismo hogar...), son dos mujeres totalmente inatingentes. Son símbolos de sí mismas, escindidas ya plenamente de su alter ego-referente. (Judy/Madeleine eran dos divisiones de un mismo todo; pero Conchita/Conchita son dos todos de una misma división.) Sin embargo, el equívoco de identidades permanece todavía ignoto en el caso de Conchita/Conchita, hay algo que rehúsa ser explicado cabalmente, que rehúsa ser tesis, antítesis o síntesis. Donde Judy/Madeleine coincidían dialécticamente era la causa de deseo en Scottie; pero donde Conchita/Conchita divergen en esa otra cosa extraña, que no se puede identificar, es precisamente donde se reactiva la causa de deseo en Mathieu. 

[...]

Tal vez ese anti-Principio de Identidad, que tanto exploró Buñuel en sus películas, encuentra su mejor exposición en Le fantôme de la liberté (1974), en concreto, en las dos secuencias finales de la película: la secuencia de la niña desaparecida y la secuencia del prefecto de policía. (...) En esa secuencia memorable, los padres reciben una llamada de la escuela comunicándoles que su hija ha desaparecido; los padres acuden de inmediato y la directora de la escuela les muestra cómo la niña, a pesar de hallarse esta misma allí presente (la niña incluso se acerca a tironear la manga de su madre, a lo que ésta replica que no moleste), ha sido declarada oficialmente desaparecida. La situación se repite en la comisaría, donde la niña es sometida a examen visual por parte del comisario y un agente: la miran, la escrutan, toman nota de sus medidas y características físicas, cabello, ojos, ropa, etc, y proceden a tramitar orden para que se busque a la niña “por todo París”. (Tal vez a esto se refiere Rancière cuando habla de la “archi-semejanza” como un concepto-corpóreo que se ha desprendido de su imagen y de su identidad.) La secuencia del prefecto de policía, por su parte, parece un antecedente de la ambivalente Conchita/Conchita, pues a su vez lo interpretan dos actores (Julien Bertheau y Michel Piccoli), aunque esta posibilidad de ambivalencia-discordante, de símbolo que se ha enajenado de sí mismo, queda en un segundo plano debido a las derivas impredecibles del guión (en Le fantôme, los “dos prefectos” interactúan y hasta comparten una escena juntos, mientras que las dos Conchitas de Cet obscur objet nunca llegan a encontrarse, son líneas paralelas euclidianas que no se tocan). La auto-referencia se cumple absolutamente, por decirlo así, en el caso de la niña “desaparecida” de Le fantôme, donde ya no hay identificación alguna entre la “cosa” y la “idea”


Fragmento de Anti-Éxtasis; IX, "Más allá de la cultura del simulacro"

viernes, 12 de febrero de 2016

Del éxtasis de los espectros a la política del éxtasis


*Fragmento*

Pero esa concepción pura o Identidad pura [del espectro analítico] no consiste en ninguna verdadera unicidad, sino en una deflación del sentido que reproduce la inconsistencia de la vida en una versión paralela, a la manera de la “ontología doble” que decía Merleau-Ponty: el ser es el ser para el ser, la nada es la nada para la nada, pero no se interrelacionan. Es lo que aquí [en Anti-Éxtasis] hemos llamado "desontología” o “espectralidad hiperbólica”, pues ya no se puede decir que quede ahí alguna ontología en sentido dialéctico.

[…]

El espectro analítico debe entenderse como una radicalización del espectro natural o dialéctico. Éste ha dado un salto a una realidad post-ontológica, meramente replicante, que no recurrente, y meramente tautológica, que no retórica. En nuestro mundo espectralizado, en fin, es más la nada analítica que el ente dialéctico. Los que afirman que el ser es en vez de la nada han perdido su resguardo, como cuando echas mano a tu bolsillo para descubrir que ha desaparecido el tícket de guardarropa; y, como en un reverso de pesadilla, la espectralidad total vendría a confirmar lo que el pensamiento trágico ya se temía: que no hay nada allí donde parecía haber algo (ni en los bolsillos ni en el guardarropa, ahora vacío y clausurado).   

[…]


Cuando los filósofos posmodernos, siguiendo la estela de Kojève, hablaban del “final de la Historia”, se referían a esto: el éxtasis total, la identidad llana del sujeto con el objeto, la conquista de la Verdad homogénea y del Sistema homogéneo, o lo que es igual, la Identidad pura que en su espacio límbico equivale a nada. La nada hecha carne. El vacío hecho mundo. Esto, y no otra cosa, es lo que implica nuestra risueña concepción pura, la que vemos en los rostros sonrientes del Espectáculo, en la erotización de las economías virtuales y la sublimación de las condiciones post-reales de existencia. La introducción (enter) consentida, cabizbaja y sosegada en el reino del Gran Espectro, que, como ya había denunciado el maldito Debord, es a la vez producto, origen y finalidad de sí mismo (…). 

[...] 

Se perfila de este modo un mundo en el que no hay lugar para el silencio, un mundo de “homologación” total, como la que denunciaba Pasolini en los medios; un mundo-viscosidad que se injerta en las ranuras y huecos para conformar una Identidad homogénea de lo uno consigo mismo, sin Diferencia, sin relación ni delación dialéctica. Éste es un campo de abono idóneo para el fascismo y el falso orgullo identitario, para los nacionalismos y narcisismos, para el ser que “vive fuera del mundo” (en el ek-stase radical). La imagen de un mundo mensurable, donde una imagen es igual a una identidad, y donde las cosas son equivalentes a esta identidad, éste es un viejo “hechizo” o argucia a lo trompe l’oeil del intelecto, que se reanima en la espectralidad.  

Fragmento de Anti-Éxtasis; X, "Autorreinvención y posdata"

jueves, 11 de febrero de 2016

Espectro dialéctico / Espectro analítico


*Residuo*

 El espectro dialéctico es aquel (aquello, that thing) que mira al que mira. Derrida lo llama el “efecto visera”; Lacan la “mirada salvaje del mundo”: la capacidad, característica del espectro, de mirar-nos sin ser visto. Y en efecto, lo que miramos es a él, al espectro, aunque éste sea precisamente aquello que no puede ser visto en su totalidad. Hay siempre esta ambigüedad difícil de entender en el espectro, que es la que corresponde a la dualidad espectro/espíritu, ser/apariencia... Y es una ambigüedad fehaciente, porque no se trata en ella de una simple contradicción de términos: lo uno y lo otro, el ser y el no-ser, el yo y el Ello, son simultáneos en la doble acción del mirar/ver. De ahí que casi siempre miremos sin ver, y que a menudo veamos sin mirar. El espectro es siempre; ubicado aquí y allí, su naturaleza bipartita (en todas partes y en ninguna) nos priva de aprehenderlo en su totalidad. El suyo es el espacio de la  ambivalencia, en ese espacio indefinible, meridiano, no entresacable de los bordes de la Identidad y la Diferencia, sino perpetuamente sometido a ellas.


Por el contrario, este espectro dialéctico pareciera que cede paso a una forma nueva de conciencia espectral. Se trata del espectro analítico, aquí, en nuestro tiempo particular, debido a que el nuestro es el tiempo panocular: el tiempo que ha subvertido la perspectiva por el plano; la línea por la red; la particularidad por la globalidad; la profundidad de campo por la planicie panosférica; el movimiento geométrico por la inmovilidad en el éxtasis… El suyo es el espacio de la singularidad. Y ya no mira al que lo mira. Este espectro singular (igual a sí mismo, reflectante, indiferente) se radicaliza en una potencia prístina, analítica, sosegada, que no vive sino atada al inmediato ahora. Es el ser sin lugar, sin historia, sin tiempo ni memoria, en el éxtasis permanente del presente. Pues “ya no estamos en el drama de la alienación, sino en el éxtasis de la comunicación” (Baudrillard). A lo que se podría matizar: ya no estamos en el drama de la dialéctica, sino en el éxtasis del puro soliloquio.     

Fragmento adaptado del discurso de presentación de la obra de teatro El teclado (Excodra Editorial, 2015), de Jordi Corominas, el 20/6/2015.

lunes, 8 de febrero de 2016

The time of poets...





*Desvío*

Vilém Flusser ya señalaba a mediados de los ochenta la preeminencia del acto de grabar sobre el acto de experimentar. Y Jean-Louis Comolli dice que todas esas imágenes no se hacen para ser miradas. ("Si todos graban, ¿quién mirará las imágenes?", algo así viene a decir. El mundo se convierte así en una gigantesca cámara-filmante-ciega, valga la paradoja.) [...] Lo importante aquí es el medio, el sistema operativo situado "en" y "entre" la representación y lo representado. El “tiempo de la imagen del mundo” definitivamente ha acabado, y me acuerdo de aquella pieza de Gil J. Wolman: 

The time of poets is finished
Today I'm sleeping

Así que en realidad ya no queda nada de esa noción "incestuosa" de la desnaturalidad tecnológica. El fusionamiento maquínico de Cronenberg era el resultado de un "choque", de un proceso de asimilación en el que los viejos paradigmas cedían con tortuosa complacencia a las erotizaciones de lo tecnológico. Hoy por hoy, sin embargo, ya no hay atisbo de "forzamiento", ni de violencia; el maridaje es total y perfecto, los natos digitales (nacidos en la era digital) ya no perciben esa tensión dramática que se encontraba en el fetichismo maquínico. The time of poets... La experiencia de la no-experiencia, decía. La inter-periencia [sic. Anti-Éxtasis, cap. IX]. El acontecimiento por fin liberado necesariamente de la representación y el concepto. El acontecimiento puro, el no-acontecimiento, aquel que no acontece en la representación, sino en la mismidad de su propia identidad indivisa.   

[...]

Puede encontrarse allí un perfecto maridaje entre realidades puras, esto es: desprovistas de referente dialéctico. Y el espectro unidimensional de la mirada-producto, la mirada que con Comolli no cumple ni tan siquiera la función de representar, de guardar o de registrar, sino del solo mirar, nos coloca de sopetón en un absoluto irrepresentado/irrepresentable. 

Fragmento de "Miradas, dispositivos y conciertos. Lo que pensé con Gwyn Ashton", publicado en el blog de Saturnalia:
http://saturnalia-cultura.blogspot.com.es/2015/11/miradas-dispositivos-y-conciertos-lo.html

Imagen: Fotograma de El Anticoncepto, de Gil J. Wolman (1951). El Anticoncepto es una película sin imagen. Fue presentada el 11 de febrero de 1952 en el cine Avant-Garde 52 de París, donde fue proyectada sobre un globo meteorológico blanco. El fragmento citado pertenece al texto teórico-poético que acompañaba a la obra, del que aquí reproducimos un extracto:

 AND A NEW ART BEGINS.
I love you I no longer love you he loves another woman.
Beneath the mask she must be pretty she must be ugly.
THEOREM.
There is no negation that does not affirm itself elsewhere.
Negation is the transitional term to a new period.
Negation of the intrinsic, immutable, a priori concept, projects this concept outside of matter, reveals it a posteriori to an extrinsic reaction, becomes mutable by as many reactions.
THE TIME OF POETS IS FINISHED.
TODAY I'M SLEEPING.

sábado, 6 de febrero de 2016

Film (cont.)









Film



*Fragmento*
Lacan, en uno de sus mejores seminarios, ponía el ejemplo de los sueños para referirse a un tipo de mirada ubicua, una mirada que ya no está situada en ningún ojo, sino en el mundo --lo que él llama “la mirada salvaje del mundo”, y que toma explícitamente de las teorías de Merleau-Ponty en Lo visible y lo invisible (1964): “sólo veo desde un punto, pero en mi existencia soy mirado desde todas partes”; y también Heidegger: “Es más bien el hombre el que es contemplado por lo ente”--. En esa mirada salvaje del mundo, como en el sueño, se desarticulan los andamios de la identidad, el sujeto, el ojo que mira, etc, conformando esa otreidad de la que el personaje de Film (Samuel Beckett, 1965), interpretado por Buster Keaton, trata de huir a toda costa. Esa huida hacia delante desesperada, patente en el movimiento incesante del cogito, es lo que constituye y construye el andamiaje de la mirada focal, la mirada consciente convencional, lo que conforma la arquitectura racional del mundo, como evasión y como negación radical de esa otreidad intolerable. –Y en la película de Beckett, es justo al quedarse dormido, es decir cuando las barreras de la conciencia han caído, cuando el Otro/Yo alcanza por fin a Buster Keaton.


Es al afrontar esa mirada que no habla del mundo cuando el personaje beckettiano afronta la inconmensurable nada que el mundo le devuelve, como viniendo a confirmar el viejo axioma trágico de Pascal: “El universo entero está mudo.” Este Otro-que-mira beckettiano está situado en un punto escandalizante, entre la rasgadura abominable del ojo en Un chien andalou (1929) y la fascinación de la mirada hitchcockiana. Por ello, la pareja de burgueses al inicio de Film contempla con pavor supremo el encuentro frontal con la mirada del mundo, la mirada del Otro: un instante después de romperse (de rasgarse como el ojo de Buñuel) y un instante antes de sublimarse (de petrificarse como el ojo-crónico de Hitchcock). La rasgadura es el origen que da lugar a la Diferencia; el sublimarse es el oblivio mori (el olvido de la muerte) que da lugar a la Identidad y el proceso intelectivo; y ambos “momentos” acontecen en una circularidad instantánea. Por último, en ese espacio que hay entre la rasgadura y la sublimación hallamos un impasse, una tierra de nadie de la conciencia y el objeto, que es donde va a morir el sujeto autorreferente.

Fragmento de Anti-Éxtasis; VII, "La mirada salvaje del mundo"

lunes, 1 de febrero de 2016

Under the skin



*Residuo*

Y, si aún nos fuera posible estar en el mundo a la manera de los entes (es decir, sin la mediación del aparato ergonómico-virtual, sin el dispositivo lógico-conceptual, etc), éste sería en realidad un hecho trágico porque no revelaría una supuesta participación armoniosa con el mundo, sino más bien una soledad primigenia, una indigencia cósmica, la incapacidad para conectar con la multiplicidad y con un orden externo. Tal es el caso de la protagonista de Under the skin (Jonathan Glazer; 2013), basada en la novela homónima de Michel Faber: lo interesante de este personaje es que se trata de un ser sin aparato conceptual, sin las coordenadas y estructuras virtuales que componen la realidad humana, y, de este modo, se ve abocada a una relación de extrañeza con el mundo de los humanos; significativamente, sólo llega a integrarse formalmente con ese mundo de los humanos en una de las escenas iniciales, la que transcurre en un centro comercial, donde, allí sí, la cosificación y el automatismo del consumismo parecen actuar como una red de sintaxis entre lo humano y lo alienígena, entre el Yo y el no-Yo, el sujeto y el objeto, etc. 

La hermosa “epidermis” de Scarlett Johansson no impide que sea un elemento por completo extraño en su relación íntima con el mundo; un alienígena del mundo (literalmente), en un entorno sombrío, absurdo y hostil, en el que la palabra misma ha sido relegada a un lugar en el silencio, o que a lo sumo sólo sirve para hablar de “naderías”. (Cada ocasión que la protagonista alienígena interactúa con los pobladores del mundo asistimos a verdaderas obras maestras del diálogo intrascendente, pero que, por ello mismo, se revelan cargados de una profunda significación humana; por el contrario, el medio de comunicación de los alienígenas es la telepatía, en un recurso  por otra parte típico en el cine de extraterrestres. Pero resulta un poco obtuso leer Under the skin como una película sobre extraterrestres. ¿Es la telepatía el lenguaje de los extraterrestres, o no será más bien que esos extraterrestres telepáticos de las películas encarnan de algún modo la secreta certeza --y el terror-- de un silencio cósmico, de un mundo "que no habla"?)   

Ese “hablar de naderías”, como el de Vladimir y Estragón en Esperando a Godot, es el que de continuo se refiere a o encubre a un orden externo y su falta; o lo que es igual: a una causa original o una razón suficiente de lo que existe, cuya ausencia irremediable convierte en desastrosa toda posibilidad de especulación sobre la existencia. (La existencia es un desastre que no se previene, sólo sobreviene, diríamos invocando a Blanchot.) Y bien: toda vez que carecemos de referencias o justificaciones necesarias para la determinación de ese orden externo, de ese Marco General de la existencia, concluimos que lo existente es igual a (o tan azaroso como) lo no existente; lo constituido es igual a lo no constituido, lo ordenado es igual a lo no ordenado, y la regla es igual a la excepción. La dialéctica no llega a una síntesis en el anti-éxtasis trágico, sino a una verificación de la nada en el ente (verificación de la irrazón de ser del ente).

Godot y la palabra: el orden ausente, la promesa de sentido que nunca llega, etc. 

domingo, 31 de enero de 2016

Dasein trágico: ser tecnofílico


*Fragmento*

*         La transformación vertiginosa del mundo, como es lógico, lleva aparejada la transformación de los seres en el mundo. Y el ser espectralizado no es tanto el resultado de una transformación de la esencia, sino de la estructura ergonómica de los entes. La “estructura unitaria” del ser-ahí palidece ante las fecundas y novedosas estructuras ergonómicas destinadas a jerarquizar la existencia a la pura espectralidad: la Smart City, la noosfera, la tecnocracia, la noocracia... son factores sociales de esta nueva situación, pero que se remontan al origen de la civilización técnica. Pues no hay tanto un Dasein natural, sino un ser tecnofílico que siempre ha estado separado del mundo, que simplemente nunca ha estado ahí.

Fragmento de Anti-Éxtasis; III, "Azar radical (o el supremo anti-éxtasis)"

sábado, 30 de enero de 2016

"¿Es ideal la realidad virtual? Hegel y los espectros" (Fragmento de Félix Duque)


«Érase una vez una época tan pagada de sí misma que, al menos según los más preclaros de sus hijos y en virtud de los ingenios que sus mentes concibieran, creía estar a punto de llegar a la reconciliación plena entre razón y sensibilidad, Estado y nación, tiempo histórico y ecumene geográfica, y en fin: entre libertad y naturaleza, por medio de la técnica y de su florón más interesante, por desinteresado: las bellas artes. Evidentemente, éste es el cuento que las personas ilustradas no se cansan de contarse unos a otros desde hace más de doscientos años (y que algunos, recalcitrantes, gustan todavía de repetir hoy, como si de un conjuro se tratase). Tal el ideal cosmopolita de la Ilustración, bajo cuya bella pantalla anunciadora de las nupcias entre términos antitéticos se escondía el perentorio deseo de sujeción plena del segundo término por el primero, o sea: de la idealidad de lo pensado y, de suyo, inteligible sobre la realidad de lo dado y, por ende, refractario a una mente que no admite más actividad que la suya ni más obediencia que la debida a una ley que ella misma se ha impuesto.

»Todo ello ha sido propagado urbi et orbi como el poder emancipatorio del hombre por parte del hombre mismo, desde el momento en que a cada uomo qualsiasi se le exigía que él debería identificarse con el ego trascendental, en cuanto unidad lógica de medida, el cual debería a su vez coincidir en el acto con el ego noumenon, en cuanto ser libre y autónomo. Es verdad que, en sus hijos más avisados: Schelling y Hegel, encontramos ya síntomas de que todo eso bien podría ser el velo que, más que ocultar lo terrible, lo dejaba traslucir al plegarse a ello; y es que, a decir verdad, no hay cuento que no revele a la contra un trasfondo sangriento.

[…]

»En Hegel, […] el tiempo (que no es sino la existencia o Dasein del concepto, su propio estar-fuera-de-sí) ha quedado cancelado (tilgt) en la Lógica (¡y sólo en ella!). Lógicamente (o hablando coloquialmente: en la mente del Dios, antes de la creación del mundo y del espíritu finito), todo está juzgado, todo ha pasado ya. La Lógica expone el entero pasado del mundo. En ella, el tiempo disipador, extático, se ha tornado, ha reflexionado hasta ser devenir hacia Sí (Werden zu sich). Pero, justamente por ello –paradoja de las paradojas- es preciso que todo cambie, se mude y se metamorfosee para apreciar esa perenne conexión-de-significatividad: porque ella, das Logische, no es sino la bien medida y pautada ley, el ensamblaje del nacimiento, del cambio y de la muerte.

»[…] Es el proceso de las cosas fácticas lo que constituye el tiempo: el estar siempre fuera de sí, siempre referido a otro. En una palabra, ninguna realidad inmediata es autorreferente, sino que tiene su ser en una determinación. No es, pues, presente a sí. Y por eso salta, presurosa, fuera de sí misma y se imagina una autorreferencia absoluta, eterna: das Jetzt ohne Vor und Nach (“el Ahora, sin Antes ni Después”: Enz. § 247, Z.).

»Según la creencia y, sobre todo, la querencia de Hegel, el mundo sería entonces algo así como una pantalla sin trasfondo ni afuera, porque, permaneciendo matemáticamente ensimismado, el Concepto brilla en el fulgor y también en la palidez y hasta difuminado de las figuras que en aquella pantalla se traban y armonizan en una especie de brillante Danza de la Muerte.

»Por eso, al cabo de la calle lógica (anunciada lapidariamente al final de la Fenomenología del espíritu), todo está ya manifiesto; todo, revelado: Offenbarung der Tiefe (Phä. 9: 433). Consummatum est. No hay aquí esperanza, ni desesperación, que también los ojos que miran a la pantalla están inscritos en la Ley. Cosa en sí y Sujeto no son sino el reverso y el anverso de la única interfaz. Para Hegel, al igual que nos advirtiera ya el Estagirita, los hombres corrientes (no el Filósofo) no percibimos al pronto lo que es katà phýsin y tomamos en cambio por “real” lo dado, es decir aquello que nos está más cercano: creemos que lo efectivamente real está constituido por las figuras que brillan en la pantalla, sin preguntarnos para quién brillan y por qué lo hacen: nos fijamos en lo presente y pasamos por alto el hacer acto de presencia.

[...]

»Para nosotros, los hombres corrientes, lo que nos dice Hegel supone algo así como un mundo al revés. Pues lo que los entes, lo que los fenómenos o apariciones (en el fondo, “fantasmas” de una realidad muerta) ofrecen con su belleza inerme y carente de fuerza es justamente aquello que suscita en el alma (igualmente, bella) deleite y placer; ese brillo superficial di – vierte la mente y enerva el ánimo, seduciendo la vista e impidiendo la mirada estriada, porque esa romántica alma es incapaz de soportar su íntima negatividad y por nada del mundo quiere saberse como aquello que, en el fondo, ella es: una conciencia rota, caduca y finita. Por eso, intenta guardar y resguardar su inmediata realidad fáctica en una Real Inmediatez omnipresente y, por ende, siempre presente también a sí misma: la Verdad como Autotransparencia absoluta. Sólo que, allí donde todo es transparente, nada se ve.»

Félix Duque; en "¿Es ideal la realidad virtual? Hegel y los espectros"

viernes, 29 de enero de 2016

La realidad de lo virtual y el anti-éxtasis


*Desvío*

Pero no es que la realidad de lo virtual nos reafirme en nuestra posición de extasiados, como un espejo hecho pedazos entre cuyos vestigios diseminados encontramos (finalmente) la esencia; como un mecanismo de confirmación por el que hallarían todo su sentido las fantasías del voyeur, y por el que asimismo encontraríamos una finalidad a nuestra deriva existencial... Más bien esa misma deriva existencial es la que se hace patente en la realidad de lo virtual: ella sirve antes para ponernos frente a la nada de lo Real, frente a nuestra infinita indigencia y nuestra falta de fundamento, que para traernos la buena nueva de una humanidad autónoma, al fin trascendida de sus límites y padecimientos. La realidad de lo virtual desvela, precisamente, que no había nada --ni antes ni ahora-- detrás del espectro y la cosa. 

Las pantallas de plasma y contenidos icónicos-virtuales llegan justo a tiempo, como imagos de aprehensión abstracta del mundo, para retornarnos a la ilusión de mirada de la escena ontológica, pero no hay sino el procedimiento irracional por el que dicha mediación dialéctica (tal cosa es la “mirada” en un sentido anterior a la mirada-producto) es transferida al solipsismo hiperreal del espectro-analítico. 

miércoles, 27 de enero de 2016

El éxtasis de la mirada-producto (cont.)


*Desvío*

En Youtube, blogs y portales porno, se contabiliza el número de visitas por la cantidad de views (“vistas”). La televisión todavía se fundaba en el “índice de audiencia”, aunque no por ello la mirada desempeñase un papel menos importante, atenuado, eso sí, por la interacción propia de la economía-familiar de la TV. Con la explosión de internet el fenómeno de las "views" ha ocupado por completo el espacio particular, desarrollándose al máximo la economía-del-individuo. Surge entonces en esta mirada-view un coeficiente contabilizador o numérico, sustrato de su propia acción autorrecursiva cosificada, como "mirada-producto". "Toda producción deseante ya es de un modo inmediato consumo y consumación", leíamos en El Anti Edipo (y debe entenderse la mirada como esta producción deseante, que es producida por la propia producción de producción). Hay “mirada-producto” en Instagram, en Linkedin, en Facebook, donde la acción aparente es la relacionabilidad, pero donde la acción inherente es la búsqueda de la sola mirada como producción de mirada. El share y el tag no buscan otra cosa que una concitación de la mirada, la mayor proporción de “visibilidad” entre contactos, amigos, desconocidos, etc; la viralización, difusión y esponsorización de post’s, estados y entradas sólo busca un número mayor (una producción mayor) de miradas. Así, lo que se busca allí no es tanto un sujeto, sino un sujeto-mirada, un "todo-ojo", observador panóptico desubstanciado de sus cualidades negativas: el sujeto-mirada es allí una mera cifra, un índice de visitas. No es tanto una “cosificación” del individuo sino una “espectralización”, en donde el sujeto encuentra su transfusión neta a la identificación con lo virtual, su ser-pleno incorporado a la realidad pura del Espectáculo (ens realissimum), en el éxtasis de la hiperrealidad.