lunes, 1 de febrero de 2016

Under the skin



*Residuo*

Y, si aún nos fuera posible estar en el mundo a la manera de los entes (es decir, sin la mediación del aparato ergonómico-virtual, sin el dispositivo lógico-conceptual, etc), éste sería en realidad un hecho trágico porque no revelaría una supuesta participación armoniosa con el mundo, sino más bien una soledad primigenia, una indigencia cósmica, la incapacidad para conectar con la multiplicidad y con un orden externo. Tal es el caso de la protagonista de Under the skin (Jonathan Glazer; 2013), basada en la novela homónima de Michel Faber: lo interesante de este personaje es que se trata de un ser sin aparato conceptual, sin las coordenadas y estructuras virtuales que componen la realidad humana, y, de este modo, se ve abocada a una relación de extrañeza con el mundo de los humanos; significativamente, sólo llega a integrarse formalmente con ese mundo de los humanos en una de las escenas iniciales, la que transcurre en un centro comercial, donde, allí sí, la cosificación y el automatismo del consumismo parecen actuar como una red de sintaxis entre lo humano y lo alienígena, entre el Yo y el no-Yo, el sujeto y el objeto, etc. 

La hermosa “epidermis” de Scarlett Johansson no impide que sea un elemento por completo extraño en su relación íntima con el mundo; un alienígena del mundo (literalmente), en un entorno sombrío, absurdo y hostil, en el que la palabra misma ha sido relegada a un lugar en el silencio, o que a lo sumo sólo sirve para hablar de “naderías”. (Cada ocasión que la protagonista alienígena interactúa con los pobladores del mundo asistimos a verdaderas obras maestras del diálogo intrascendente, pero que, por ello mismo, se revelan cargados de una profunda significación humana; por el contrario, el medio de comunicación de los alienígenas es la telepatía, en un recurso  por otra parte típico en el cine de extraterrestres. Pero resulta un poco obtuso leer Under the skin como una película sobre extraterrestres. ¿Es la telepatía el lenguaje de los extraterrestres, o no será más bien que esos extraterrestres telepáticos de las películas encarnan de algún modo la secreta certeza --y el terror-- de un silencio cósmico, de un mundo "que no habla"?)   

Ese “hablar de naderías”, como el de Vladimir y Estragón en Esperando a Godot, es el que de continuo se refiere a o encubre a un orden externo y su falta; o lo que es igual: a una causa original o una razón suficiente de lo que existe, cuya ausencia irremediable convierte en desastrosa toda posibilidad de especulación sobre la existencia. (La existencia es un desastre que no se previene, sólo sobreviene, diríamos invocando a Blanchot.) Y bien: toda vez que carecemos de referencias o justificaciones necesarias para la determinación de ese orden externo, de ese Marco General de la existencia, concluimos que lo existente es igual a (o tan azaroso como) lo no existente; lo constituido es igual a lo no constituido, lo ordenado es igual a lo no ordenado, y la regla es igual a la excepción. La dialéctica no llega a una síntesis en el anti-éxtasis trágico, sino a una verificación de la nada en el ente (verificación de la irrazón de ser del ente).

Godot y la palabra: el orden ausente, la promesa de sentido que nunca llega, etc. 

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