sábado, 6 de febrero de 2016

Film



*Fragmento*
Lacan, en uno de sus mejores seminarios, ponía el ejemplo de los sueños para referirse a un tipo de mirada ubicua, una mirada que ya no está situada en ningún ojo, sino en el mundo --lo que él llama “la mirada salvaje del mundo”, y que toma explícitamente de las teorías de Merleau-Ponty en Lo visible y lo invisible (1964): “sólo veo desde un punto, pero en mi existencia soy mirado desde todas partes”; y también Heidegger: “Es más bien el hombre el que es contemplado por lo ente”--. En esa mirada salvaje del mundo, como en el sueño, se desarticulan los andamios de la identidad, el sujeto, el ojo que mira, etc, conformando esa otreidad de la que el personaje de Film (Samuel Beckett, 1965), interpretado por Buster Keaton, trata de huir a toda costa. Esa huida hacia delante desesperada, patente en el movimiento incesante del cogito, es lo que constituye y construye el andamiaje de la mirada focal, la mirada consciente convencional, lo que conforma la arquitectura racional del mundo, como evasión y como negación radical de esa otreidad intolerable. –Y en la película de Beckett, es justo al quedarse dormido, es decir cuando las barreras de la conciencia han caído, cuando el Otro/Yo alcanza por fin a Buster Keaton.


Es al afrontar esa mirada que no habla del mundo cuando el personaje beckettiano afronta la inconmensurable nada que el mundo le devuelve, como viniendo a confirmar el viejo axioma trágico de Pascal: “El universo entero está mudo.” Este Otro-que-mira beckettiano está situado en un punto escandalizante, entre la rasgadura abominable del ojo en Un chien andalou (1929) y la fascinación de la mirada hitchcockiana. Por ello, la pareja de burgueses al inicio de Film contempla con pavor supremo el encuentro frontal con la mirada del mundo, la mirada del Otro: un instante después de romperse (de rasgarse como el ojo de Buñuel) y un instante antes de sublimarse (de petrificarse como el ojo-crónico de Hitchcock). La rasgadura es el origen que da lugar a la Diferencia; el sublimarse es el oblivio mori (el olvido de la muerte) que da lugar a la Identidad y el proceso intelectivo; y ambos “momentos” acontecen en una circularidad instantánea. Por último, en ese espacio que hay entre la rasgadura y la sublimación hallamos un impasse, una tierra de nadie de la conciencia y el objeto, que es donde va a morir el sujeto autorreferente.

Fragmento de Anti-Éxtasis; VII, "La mirada salvaje del mundo"

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