*Fragmento*
En The
act of killing (Joshua Oppenheimer, 2012), los protagonistas de la
filmación son los auténticos verdugos del genocidio paramilitar que tuvo lugar
en Indonesia entre 1965 y 1966, derivando en un delirio documental en el que se
mezclan el imaginario del cine de gángsters de Hollywood, el kitsch y la fantasía autoexculpatoria de
los propios asesinos. Durante la recreación del exterminio de un poblado entero
a manos de los maníacos Pancasilas, son los propios campesinos (probablemente
los mismos descendientes de las víctimas reales) los que acceden bajo coacción
para interpretar las espeluznantes escenas que allí se vivieron, a lo cual se
aplican con la mayor entrega y dramatismo; y, si se observa con atención, no es
tanto el horror que esa escenificación intenta recrear (el horror de la
alteridad pura) lo que más perturba al espectador, sino la repetición, el automaton, la certeza de que no nos es
posible acceder a esa verdad tras-puesta del acontecimiento original si no es a
través de una reelaboración, una re-escenificación odiosa de aquello que fue
una vez “escenificado”. Ese “acto original”, el verdadero act of killing, pues, es la muerte de la experiencia real misma;
pero este acto de dar muerte (dar muerte a la “experiencia original” de lo
Real) va ligado al acto simultáneo de sublimarse lo hiperreal. La crónica del
hecho y el mundo es puesta como pantomima del mundo en el meta-documental de
Oppenheimer, si no es más bien que la pantomima del mundo aparece como única
instancia verídica de los hechos y el mundo. Aunque alcanzan idénticos
fines, el documental de Oppenheimer parecería el reverso exacto –pero
copresente-- de Fuego inextinguible
de Farocki: en aquélla se recreaban escenas cotidianas de una industria química
con actores de reparto; y en The act of
killing se recrea el sueño fantasioso de los verdaderos protagonistas,
convertidos en “actores” de su propia vida. Hacia el final, Anwar, el capo dei capi de los genocidas, mostrará
cierta clase de arrepentimiento y confesará sus tormentos, en una escena
reveladora, junto a un mar tomado por la oscuridad de la noche. La noche del
mundo. El matadero de la Historia. Cualquier interpretación de los hechos parece
aquí superflua. El sueño no es distinto de lo vivido. Todo parecido con la era de la imagen del mundo es pura
coincidencia.
Fragmento de Anti-Éxtasis; I, "Miradas al espectro"
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