miércoles, 13 de enero de 2016

In media res





*Residuo*

En su día, el reencuentro con el medio “transparente” de la fotografía había hecho vacilar la estructura metafórica de la imagen: donde antes había alusión, reflejo oblicuo o garabato, ahora se contraponía una cierta corporeidad radical, una “imagen bruta”, la “piel desnuda” de un ser-ahí carente de brumas o silente. Pero ¿en serio una “imagen bruta”, sabiendo como sabemos que toda imagen es el resultado de una particular ordenación del sujeto, cuando no de una manipulación o de un esfuerzo voluntario en el que interviene la mano del hombre (Didi-Huberman), ni que sea en el mero encuadre objetivo o en la selección aleatoria de un “corte”? ¿No es el plano, allí y antes que nada, la expresión manifiesta de un sujeto, la expresión de un movimiento de la conciencia perpendicular y obsesivo, que se une y se desune para encontrar lo disperso? 



Convenimos que la fotografía, entonces, venía constituyendo una forma de presentación, pero no tanto re-presentación; no tanto una representación objetiva del mundo, sino de un sujeto-(subjetivo)-en-el-mundo, un sujeto particular en el instante y en el lugar movedizos del mundo. Los almiares a las afueras de Giverny, o la catedral de Rouen, pintados hasta el infinito por Claude Monet, parecían ya una temprana reivindicación del instante insensato y fugitivo frente a las promesas de la mímesis y la representación; el dinamismo de la durée frente a la quietud del momento; los “momentos cualquiera” frente a las “poses eternas” del gesto; el “corte móvil” y la “imagen-movimiento” frente al télos y el acmé de la ontología clásica, etc. Así, el shoot (“disparo”) de la cámara, que desde la invención de los primeros daguerrotipos parecía poder captar la absolutidad misma del mundo en un recuadro desnudo, constituye también el proceso inverso por el que se lo re-mitifica. La imagen no nos reconcilia con ninguna supuesta armonía con el mundo. La identidad de la Imagen con el Modelo acontece en un limbo de cálculos en el que se ha perdido todo contacto con la particularidad de lo retratado, con su diferencia, su acontecer no-mediático, su no-existir procesual y no acabado --“lo que no aparece en los medios no existe”, hemos oído decir, y esto es particularmente exacto: porque sólo el fogonazo galvanizador, el pixelado codificador o el instante catódico arrojan luz sobre el ser inacabado, otorgándole su identidad plena; ese “existir” no es sino la potestad de todo lo que existe-en-una-manera-subjetiva, y lo que queda más allá del existir subjetivo (el Gran Afuera) es algo sencillamente impensado, pseudo-ontológico, un otro descabellado, un algo in media res (“en medio de la cosa”), algo que todavía no ha sido constituido, o que no ha llegado a ser, que se encuentra en medio del “ser”.



        

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